Y me quito la coraza malherido, una vez más.
Y tras haber recibido una lanzada asestada por ti, en el pecho, bajo el brazo, donde más duele, me fui a esconder a una cueva. A recuperarme. A coser de nuevo los cueros de mi cota. Jurándome una y otra vez que no volverías a atravesarla, que el firme revestimiento no permitiría nunca más que me hirieses. Asegurándome que hasta mi piel se convertiría tan dura que hasta desnudo estaría guarnecido contra otro ataque así.
Y añadiré finos bordados de oro por toda mi vestimenta, y bellos avíos y curiosas fruslerías que decoren mi estampa, para atestar mi completa recuperación. Todo lo que pueda portar que me dé el más mínimo atisbo de señorío, conmigo vendrá. Chucherías de brillantes, la empuñadura de mi espada finamente acabada, y las bridas de mi caballo hiladas en seda. Como los grandes señores.
Y si me vuelves a ver, te arrepentirás de todo. O al menos, por ese motivo me propuse esa reencarnación. O quizás preferiría siquiera que todo quedase así y no volver a cruzarnos nunca, y mi resurgimiento fuera por recuperarme de veras, por volver a darme autoestima, por decirme, por alguna incongruencia lógica de mi cabeza, que cuanto más señorial pareciese, menos daño podría hacerme nadie de nuevo. O tal vez fue por sentirme vivo, no lo sé. Ni yo, ni tú, ni nadie, jamás sabrá cual fue el motivo real. Ni falta que hace o hará.
Y sin embargo, cuando ya estoy recibiendo las mejores pieles traídas de los cuatro confines de la tierra, cuando ya calzo las mejores botas del reino y las mejores galas esperan en mi puerta para que yo las de el honor de portarlas... es entonces cuando apareces de nuevo en mi feudo, con tu voz suave y tranquila, para realmente Dios sabe qué. Con tus gráciles piruetas y cabriolas, como si, en realidad, nada hubiese pasado.
Consulto a mis amigos y a mis bardos, dilucido, omito el hecho y lo vuelvo a considerar:
'Siempre pasa, y siempre pasará, ante los grandes como nosotros, no existe enemigo que no le quede más que postrarse ante nuestra inmensidad', me anima un compañero.
'Mantente alerta, no caigas en riesgos, se cauto y tranquilo. Recuerda, prudencia, fortaleza, justicia y templanza', me alecciona un buen bardo.
'Cuando me hieren, normalmente tomo la decisión de evitar el contacto con el canalla que osó', conmemora otro errante.
'Tal vez no viene buscando herirte. Yo me he hallado en la tesitura y, de cierta forma, sólo busca una redención, tal vez asegurarse que has podido recuperarte... o a lo mejor tu también malheriste sin darte cuenta en un primer momento. Y busca una cura como antaño tuvo contigo', muy interesantemente razona una cercana banfaith, que si bien no nos conoce bien a ninguno de los dos, a ambos nos tiene calados.
Al final, tras pensar, debatir conmigo mismo, interpretar, dilucidar y terminar decidiendo la posición más indiferente, acabé haciendo exactamente lo contrario, y aquí me hallo, dirigiéndome a ti por enésima vez, pero, en esta ocasión, con una idea mucho más difusa (si es que existe siquiera una idea) de lo que sucederá.
Sé, al verte, que todos mis abalorios y apariencias no van a surgir efecto, y ni siquiera para mí existen. Supongo que me dirijo a ti para averiguar qué te trae de nuevo aquí, a este reino recóndito que no creí volverías a pisar. Me dispongo a, bien expulsarte de aquí, bien a marcar las bases de una tregua, bien a martirizarme aquí mismo para dar fin a lo que algunos caracterizarían como una pantomima.
Tras un intercambio de palabras estéril, acabamos finalmente abriéndonos poco a poco.
Mientras la conversación avanza, mi mente trabaja a una velocidad de vértigo desechando posibilidades, creando otras, intentando cuadrar suposiciones y experiencias en todas las reacciones, en todas las palabras; intentando buscar una explicación a tú, a mí mismo; intentando demostrarte que me heriste, que me podrías herir si te quedas, pero que no quiero permitirlo.
En definitiva, limpiando todavía la herida que me dejaste; descubriendo que, aun mi afán de arreglar mi armadura, el mismísimo retal creado por la punta de tu lanza aún estaba ahí, que la mella en mi piel seguía existiendo, y que, hiciese lo que hiciese, no podría cubrirme ese flanco. Ni el mas potente escudo podría protegerme ante otro ataque tuyo. Y lo peor es que estoy completamente dispuesto a ello, aunque mi vida se debata sobre ello.
'Sea lo que sea, podemos intentar volver a cabalgar juntos. Pero no sé si puedo fiarme, no sé si mi armadura aguantaría otro asalto, si las magulladuras no me matarían esta vez. Pero aun así, estoy dispuesto a darte lo que me pidas.', concluyo tras un monologo de razonamientos en voz alta, cediendo hasta limites . Y tu titubeas y dudas, tal vez por fin dándote cuenta de que el hecho de aparecer me ha podido debilitar, trastocar, o desequilibrar en mi recuperación. Noto en tu voz un atisbo de descalabre, como si no supieras cómo reaccionar para evitar la posibilidad de volver a atacarme, y a la vez no tener que huir de lo que una vez llamaste tu hogar. De algún modo, sales de la encrucijada, recurriendo de vuelta a palabras vacías que no dejan lugar más que a más divagaciones de mi cabeza.
Es entonces cuando me bajo de nuevo la visera del yelmo, y te saludo, con una reverencia estoica. 'Entonces, Amada mía... Nos vemos en la batalla'.
Escuchando: London Philharmonica - Greensleeves