lunes, octubre 27, 2008

Porto Ferro: Un paisaje, dos sensaciones

Estaba tan perdida que ni las olas la podian encontrar. Tan recondita que las nubes, por un momento, la pasaron inadvertida.

Fue de veras difícil encontrarla, pero mereció la pena. La soledad que desprendía daba una curiosa sensación de calma, y sin embargo, a su vez, la sensación de desamparo te obligaba a mirarla de reojo una vez mas. ¿ Por qué te abandonaron? ¿Por qué nadie vuelve a ti? A mis ojos… pareces perfecta; tan diferente, y aun así tan parecida a las demás… Tu arena rojiza te distingue, pero tus aguas son igual de cristalinas. Como las otras, custodiada por torres, pero a tu alrededor las rocas están pulidas y esculpidas caprichosamente por el mar.

Solo las nubes y nosotros hemos venido hoy a visitarte. Desierta, aislada del mundo, hubiese podido afirmar que, detrás de tus dunas el universo encuentra su fin. Que detrás de aquella colina hay un precipicio infinito. Incluso que la carretera por la que llegamos se ha evaporado. En un instante, todo lo que escapa de mi vista ha dejado de existir.

Paseo por tu orilla. Observo el mar, el cielo, la costa… mi mente se centra en las torres que te guardan, Torre di Bantine, Torre Bianca y Torre Negra. Me pregunto si alguna vez cumplieron su función, si algún desembarco tuvo lugar allí, si tu misticismo fue roto por alguna guerra. Seguramente ni los barcos hayan reparado en ti, ni los estrategas bélicos te tuvieron en cuenta… “un ataque por el Oeste, desembarcando en Porto Ferro, señor…”…

En el instante en el que el belicismo nubla mi mente se abre el cielo, levemente, imperceptible en cualquier otro punto de la isla. Un rayo de sol se cuela entre las nubes, e ilumina el centro de la cala. Suavemente, la marea lo mece y las mínimas olas se regocijan con el calor. Y entonces me doy cuenta; No. Nadie podría pensar en el mal con un paisaje así, con la mar y el cielo acercándose, dándose la mano… Todo lo demás se diluye, pierde importancia.

El rayo continua su caricia a la bahía, mientras la maleza observa envidiosa, y la arena indiferente continua su juego con la espuma que traen las olas. Me siento afortunado de verlo, de identificar belleza en un hecho tan simple, en un lugar tan poco apreciado.

Aprecio. Ese es el problema; se la ha dejado de querer, el mundo ha perdido la esperanza en ella. Ya nadie quiere ir a verla, a disfrutarla… Pero sin embargo, a mi me ha querido mostrar lo que vale, lo que puede mostrar, cuántos atardeceres tiene que regalar, cuantos paisajes nublados tiene para convertirlos en días soleados… Cuanta magia puede albergar todavía una recóndita playa del Mediterráneo.






Un segundo... eran dos sensaciones? aqui esta la de Rebe